Marie Curie. Integridad Moral y Tenacidad. Por Francisca Moreno

Marie Curie. Integridad Moral y Tenacidad. Por Francisca Moreno

Paqui Moreno
Mayo 2019

Trabajar sobre una mujer tan conocida y tan admirada como Marie Curie parece fácil de entrada pero no lo es, precisamente porque hay tanta información, tantas parcelas en las que centrarse, porque es una mujer tan completa y tan brillante en todas las tareas que acometió, es tan difícil sintetizar y tratar de transmitir su legado en los pocos minutos de que disponemos para intentar propiciar la reflexión y el debate sobre su vida y su obra, que es definitiva el objetivo de estos encuentros.
En los años que llevamos trabajando en este ciclo, cuando he comentado con amigas o compañeras sobre quién estaba preparando la charla, la mayoría sabían poco o nada de su vida o tenían una noción vaga del personaje y en algunas ocasiones, las mujeres que hemos presentado era absolutas desconocidas fuera del restringido círculo de los especialistas en tal o cual materia. Con Marie Curie pasa exactamente lo contrario, si hablamos de científicos, todos los que no sabemos nada de ciencia pensamos automáticamente en dos: Albert Einstein y Marie Curie. Sus vidas se cruzaron en varias ocasiones, se admiraban mutuamente y ambos fueron estrellas mediáticas conocidos y aclamados ya en vida y con el tiempo su prestigio no ha dejado de crecer.
Pero a Marie, ocupar el lugar de honor que justamente le corresponde no le resultó fácil. Tuvo muchos detractores y en la comunidad científica no fueron pocos los que trataron de atribuir el descubrimiento del polonio y el radio a su marido, Pierre Curie, no a ella, asegurando malévolamente que ella había medrado cogida a los faldones de su chaqueta.
En 1935, después de su muerte, Albert Einstein que conocía bien su trabajo, publicó un memorial en su recuerdo en el que le atribuía el descubrimiento de los dos elementos químicos nuevos, solo por su intuición y tenacidad, bajo las más adversas condiciones imaginables y concluía este memorial diciendo que de todas las personas famosas que había conocido, Marie Curie era la única a quién en la fama no había corrompido. Actualmente, fuera ya de dudas su valía, sus restos junto con los de su amado esposo Pierre, descansan en el Panteón de Hombres Ilustres de París, aunque como todos sabemos, la científica más famosa de Francia no era francesa.
Había nacido en 1867 en Varsovia, la capital polaca, fue la menor de cinco hermanos en una familia, los Sklodowski, dedicada a la educación. Su padre, Wladyslaw, era profesor de Matemáticas y Física y su madre Bronislava dirigía un colegio femenino donde era profesora de Lenguas Clásicas y Filosofía. Ambos leían además en ruso, francés, alemán e inglés y se ocuparon personalmente de la educación de sus hijos a la que dieron la máxima importancia. No cabe duda de que este ambiente familiar tuvo necesariamente que influir en la energía que dedicó y en la especial preocupación que Marie Curie tuvo por el estudio y la transmisión del conocimiento toda su vida, y que centrará la intervención de Toña, otra mujer dedicada a la educación y profundamente comprometida con ella.
No menos profundamente tuvo que marcar su infancia y su carácter la enfermedad. Su madre contrajo tuberculosis cuando ella nació y aunque siempre fue afectuosa, desde que enfermó no se permitió el contacto físico con sus hijos y la bebé que fue Marie Curie no tuvo besos ni abrazos de su madre, quién le hablaba con afecto pero no la tocaba para no contagiarle su enfermedad. Además, cuando Marie tenía cuatro años, su madre se ausentó por dos años para hacer una cura de reposo en un sanatorio, único medio conocido en la época contra la terrible tuberculosis, aunque en su caso, como en tantos otros, no tuvo resultados positivos.
El tifus, endémico en Polonia, también entró en el hogar de los Sklodowski, las dos hermanas mayores enfermaron, Bronia se curó, pero Sofía murió cuando Marie tenía ocho años. Su madre, de salud ya muy quebrantada, nunca se recuperó de la tristeza, se encerró en la oración y dos años después también murió. Marie que acompañaba a su madre en sus rezos y confiaba en sus oraciones, cuando la perdió perdió también la fe y solo la razón fue en adelante su soporte y su guía. De las profundidades de su alma y su carácter se ocupará en su intervención, como siempre, Ana Cristina Carlós.
Cuando Marie nació Polonia era un país ocupado por Rusia con todo lo que representa para los habitantes de cualquier nación estar invadidos por una potencia extranjera. Los rusos tenían prioridad sobre los polacos para ocupar los trabajos de gestión o dirección si lo solicitaban y así Wladyslaw, su padre, fue relegado a desempeñar trabajos cada vez de menor rango y peor pagados. La familia pasaba apuros económicos. Era consciente del talento de sus hijos a cuya educación daba la máxima prioridad: Joseph, el único varón podía estudiar medicina en Varsovia, pero las chicas en Polonia no podían ir a la universidad y él no podía pagar sus estudios en París donde La Sorbona admitía mujeres en sus aulas. Marie hizo un trato con su hermana, trabajaría como institutriz para que Bronia pudiera estudiar Medicina en La Sorbona y cuando Bronia se titulara ayudaría a María para que pudiera ira a estudiar a París Física y Quimica.
Así, con diecisiete años, abandonó Varsovia, dejó el hogar familiar para instalarse a cientos de Kilómetros durante cuatro años con una familia adinerada que la valoraba y la trató con deferencia, hasta que se enamoró del hijo mayor y fue correspondida, la joven inteligente y modélica que era adecuada para educar a sus hijos, ya no lo era para emparentar directamente con ellos.
El joven enamorado no aguantó la presión y rompió la relación, causando con ello a Marie una herida que tardaría años en curar, de hecho, tenemos constancia de que tuvo algunos pretendientes en la universidad, alguno particularmente insistente, pero no fue hasta los ventiséis años, cuando conoció a Pierre Curie que se abrió nuevamente al amor.
Pierre con treinta y cinco era ya un físico reconocido, venía también de una herida que lo había cerrado al amor, su novia de juventud murió y desde entonces vivía centrado en el estudio y la investigación. Sin duda fue una suerte para ambos que estos dos seres tan afines se conocieran y se enamoraran, pero sobre todo fue una suerte para la humanidad porque juntos consiguieron lo que probablemente no hubieran logrado por separado, aún siendo tenaces y superdotados los dos.
Cuando he destacado la integridad moral de Marie Sklodowska, lo hago por hechos como éste: Marie vivía en París con verdaderas estrecheces, por su magnífico expediente se le había concedido la beca Alexandrovitch, que se otorgaba a jóvenes polacos particularmente dotados para que pudieran estudiar en universidades extranjeras. Ella conocía en carne propia las dificultades que tenían sus compatriotas para estudiar en las grandes universidades de Europa y en el momento que consiguió un empleo, aunque modesto, como ayudante de laboratorio, devolvió el dinero de la beca para que otro estudiante pudiera beneficiarse de ella.
Maríe tenía intención de volver a Polonia cuando terminara sus estudios, pero fue Pierre, magnánimo siempre, quien la retuvo en París y lo consiguió precisamente porque se mostró dispuesto a abandonar su carrera y vivir con ella en Varsovia si así consentía en casarse.
Cuando Albert Einstein afirma que descubrió dos elementos químicos nuevos bajo las más adversas condiciones no exageraba. El matrimonio curie dividió el trabajo, Pierre siguió con sus clases y se ocupó de la Física, de las mediciones en las que era especialista y Marie se ocupó de la Química. Eso suponía procesar, es decir, moler, calentar, decantar etc., en un almacén desvencijado que habilitó como laboratorio, ocho toneladas de pechblenda, un material de desecho de las minas de uranio para obtener con el método que ella misma desarrolló, un solo gramo de uranio. Pero no patentó su método, lo publicó y lo puso a disposición de la comunidad científica.
Como todos sabemos, este trabajo mereció el reconocimiento internacional y por este descubrimiento al matrimonio Curie se le otorgó el premio Nobel de Física compartido con Pierre Becquerel. Pero lo que ya no es tan conocido es que el premio no la incluía a ella en principio, y fue Pierre, magnífico como siempre, quien escribió a la Academia sueca, destacando el trabajo de su mujer y negándose a recibir el premio si no la incluía en el reconocimiento.
1903 fue un año agridulce para Marie, perdió al bebé que esperaban la que hubiera sido su segunda hija, en el sexto mes de embarazo, seguramente a causa del trabajo físico excesivo y de su contacto directo con el radio y además sintió el rechazo y la crítica de parte de la comunidad científica, aunque la apoyaban abiertamente los que más directamente conocían su trabajo. Finalmente El Nobel se les concedió a los dos, pero con la dotación económica de un solo premio y fue Pierre el que pronunció el discurso de aceptación, ella lo acompañó sentada entre el público.
Pierre murió atropellado por un carruaje en 1906, de cuánto la quiso y la valoró dan cuenta sus hechos y su correspondencia, y de cuánto lo amó ella queda constancia en el diario que escribió en los primeros meses de su viudedad. Marie siempre cuidó mucho de su intimidad, en su vejez eliminó toda la correspondencia personal que no tenía relación con su trabajo, pero no destruyó este diario que sus hijas depositaron en la Biblioteca Nacional de París, con la prohibición de ser consultado o publicado hasta cien años después de haber sido escrito. En Español se ha publicado bajo el título La ridícula idea de no volver a verte con una extensa introducción de Rosa Montero que elabora también en esas páginas su propio duelo.
Marie se hizo cargo de la cátedra de Pierre en La Sorbona con lo que multiplicó su trabajo, pues a la dirección del laboratorio añadió las clases. Pudo hacerlo porque desde que nació Irene, su primera hija, contó con el apoyo inestimable de su suegro que vivía con ellos, ocupándose en exclusividad y amorosamente de Irene y después también de la pequeña Eva que sólo tenía un añito cuando Pierre murió.
En 1910, ya en solitario, publica su Tratado sobre la radiactividad, que le valió al año siguiente la concesión del Premio Nobel de Química, siendo la primera persona en obtener dos premios Nobel. Pero también ahora hubo sus presiones. María había iniciado por ese tiempo una relación amorosa con el también físico Paul Langevin. Paul estaba casado y su esposa, despechada, recurrió a la prensa y se desató una campaña de acoso y desprestigio contra ella de tal calibre que llevó a Hauser, el periodista que había encendido la mecha de aquel escándalo a publicar una carta de disculpa, pero el daño ya estaba hecho. Marie cortó inmediatamente la relación y nunca más volvió a plantearse relación alguna. Curiosamente, en lo que podemos considerar una suerte de justicia poética, una nieta de Marie y un nieto de Paul se enamoraron y se casaron años después.
Pero el daño de esta campaña de difamación no afectó sólo a su esfera familiar, también a su trabajo, las autoridades de La Sorbona recibieron presiones del Ministerio de Instrucción pública para retirarle la cátedra y el secretario de la Academia sueca le escribió pidiéndole expresamente que se excusara de asistir a Estocolmo y le comunicara por escrito que no aceptaba el premio hasta que no se hubiera demostrado que las acusaciones contra ella eran falsas. Agotada como estaba y con una dignidad que todavía nos admira escribió la carta de respuesta de la que leo textualmente este párrafo.
“La acción que usted me recomienda sería un grave error por mi parte. De hecho, el premio me ha sido concedido por el descubrimiento del radio y el polonio. creo que no hay conexión entre mi trabajo científico y mi vida privada. No puedo aceptar, por principio, la idea de que la valoración del trabajo científico pueda estar influida por el libelo y la calumnia acerca de mi intimidad.”
Viajó con su hija Irene a Estocolmo para recibir personalmente el Nobel y cuando, tres años más tarde, se desató en Europa la Gran Guerra, abandonó la comodidad del laboratorio, recaudó fondos y utilizó su prestigio y su influencia para poner en marcha las que se conocieron como “las petites curies”, unidades móviles de rayos X, manipulados por enfermeras formadas por ella misma y su hija Irene, que ayudaron a salvar tantas vidas a los cirujanos militares.
Vivió hasta 1934 y trabajó hasta el final de su vida, aunque cada vez más débil y más enferma a causa de su contacto permanente con la radiactividad. Quiero terminar con una frase suya que explica, mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo su carácter y su extraordinaria calidad humana:
No podemos confiar en construir un mundo mejor sin mejorar los individuos. Con este propósito, cada uno de nosotros debe trabajar su propio perfeccionamiento, aceptando, en la vida general de la humanidad su parte de responsabilidad, ya que nuestro deber particular es el de ayudar a aquellos a quienes podemos ser útiles

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