Por Carmen Ruiz del Castillo
Psicoanalista. Presidenta de Fundación Anna O.
Hace 23 años exactamente, recuerdo que en un acto público institucional, se planteó una pregunta acerca de la utilidad del psicoanálisis formulada de la siguiente manera: ¿Para qué sirve un psicoanálisis?
Para responder a este interrogante había invitado a una de mis analizantes a exponer una experiencia de su vida cotidiana en la que estaban implicados sus dos hijos, una niña y un niño, de corta edad y a los que tuve la fortuna de ver en diferentes momentos en mi consulta. Eran infantes sensibles, capaces, muy inteligentes, despiertos y sanos, traían algunos conflictos y dudas que pudieron resolverse sin demasiada dificultad gracias al trabajo terapéutico que su madre venía haciendo con mi auxilio, a su simpatía por la terapia psicoanalítica y a la colaboración estrecha entre las dos, que permitía, bajo mi supervisión, que ella pudiera intervenir de forma directa con sus hijos. Aunque en el documento original mi ex paciente da cuenta de dos experiencias, una con su hija y otra con su hijo varón, en ésta ocasión, me limitaré a presentar lo acontecido con su hija cuando tenía 10 años de edad.Lo que ella notificó de extraordinario en ese acto público fue lo siguiente: “Cuando empezó mi interés por el psicoanálisis, mis hijos eran pequeños, mi hija tenía 3 años y mi hijo, dos; el psicoanálisis no es solo algo teórico, abstracto o que solo está en los libros sino que tiene aplicación práctica en la vida cotidiana de las personas. Me gustaría relatar una intervención que sirvió para que un incipiente síntoma aparecido en mi hija se disolviera sin dejar rastro en lugar de convertirse en una enfermedad. Mi hija, que ahora tiene 10 años, se quejó al volver del colegio de que le dolía la ingle desde por la mañana. Interrogada de si había hecho algún movimiento brusco que explicara ese dolor, ella lo negó en rotundo. No podía ayudar a mi hija porque no sabía qué podría estar causando ese dolor y así se lo comuniqué. Durante el resto del día, el dolor continuó y decidí consultar a mi analista que me orientó a interrogar a mi hija sobre sus dificultades escolares; entonces me acordé, que varias asignaturas las llevaba bastante flojas, entre ellas el inglés. La analista me hizo la observación de la similitud entre las palabras “íngle” e “inglés”; solo las separaba entre una y otra, el deslizamiento de la tilde.
Asombrada por éste hecho de lenguaje, me fui a casa a poner en práctica lo señalado por mi analista. En cuanto volvió mi hija del colegio, la interrogué de nuevo por su dolor, ella contestó que todo seguía igual. Entonces le pregunté por las asignaturas que había tenido el día que comenzó el dolor, ella respondió: Conocimiento, inglés y plástica. Entonces le dije: atiende bien hija, si tú a la palabra inglés le cambias el acento a otro lugar, qué dice? Y quedándose pensativa dijo repetidas veces:
- Inglés... inglés....
Luego, como cayendo en cuenta, asombrada respondió:
- Mamá, íngle; me duele la íngle!
Y continuó diciendo:
- Mamá, es que no me gusta nada el inglés, no entiendo a la señorita, no me gusta, no me gusta!
Con mucho acierto, ésta madre pudo darle un significado al síntoma doloroso de su hija al decirle lo siguiente:
- Hija, ¿te das cuenta cómo lo que te resulta doloroso y no dices, tu cuerpo lo habla?
Al día siguiente, el dolor en la ingle, había desaparecido”
Este es, un ejemplo entre muchos, de cómo el psicoanálisis es útil, no solo para ayudar directamente a las pacientes en terapia sino también a otras personas que forman parte de su vida. En éste caso fue una intervención práctica y afortunada de una madre que supo captar el juego del inconsciente, que sacó provecho de su terapia psicoanalítica y que pudo ayudar a su hija a que siguiera sana. En la actualidad, aquella niña que odiaba el inglés y tanto sufrimiento le causaba no poder entenderlo, hace tiempo que, casualmente, trabaja como psicoanalista y atiende a niños.