Cuándo yo era niña, escuchaba una historia sobre un hombre, todavía joven, que había muerto y a la hora de amortajarle, no había forma de introducir el brazo derecho dentro de la caja mortuoria.
Por más intentos que hacían los familiares del difunto no conseguían que aquella mano levantada fuese colocada sobre el pecho de éste. Los presentes no se explicaban la causa de tal fenómeno, hasta que cayeron en la cuenta de que éste hombre; siendo muy joven: cometió la torpeza de tirar una piedra a una anciana hiriéndola en la sien; además de cometer delitos de hurto e infligir malos tratos tanto a sus superiores como a su propia madre, que sufría temerosa el reprenderle, por las amenazas de éste.
Uno de los presentes sugirió que atándole la mano a un pañuelo y luego el pañuelo a la cintura, el brazo reposaría sobre su cuerpo, pero esto no fue posible porque el brazo no cedía. Entonces, alguien de la reunión dijo:
- ¿Qué os parece si le cortamos un cuadradito a la tapadera de la caja e introducirnos el brazo por la abertura? Los que allí estaban,después de pensarlo dijeron:
- No, no quedaría bién. ¿ Y si le ponemos flores para ocultarlo?
Pusieron manos a la obra, pero las flores resbalaban y al contacto con el brazo muerto se marchitaban. ¡Nada, estaban en el mismo sitio!, el muerto bien muerto y el brazo apuntando hacía el infinito.
Entonces dijo un hombre:
- ¿Porqué no llamamos a la madre? Los hijos siempre obedecen a la madre.
- Pués vivo no lo hacía, ¿Crees que obedecerá de muerto?, dijo otro de los allí presentes.
- No importa, ¡llamémosla!, algo se le ocurrirá. Volvieron a insistir.
Cuándo la madre acudió, renqueando por el paso de los años, y vió a su hijo con el brazo en alto como saludando al público, lo miró intensamente y acercándose con parsimonia al ataúd, le dijo mientras le soltaba una bofetada:
-"¡ Descansa en paz !"
Fue entonces cuando el brazo cedió y pudo ser enterrado.
Relato aportado por Mª Graciela Balderas en la revista nº 17 de "Mujeres de Anna O."